viernes, 6 de marzo de 2020

#9M #UnDíaSinNosotras

Desde hace algunos días he tenido conversaciones con varias personas respecto al #8M y #9M #UnDíaSinNosotras. He sido testigo tanta de apoyo como de repudio a la marcha y al paro. He intentado exponer mis ideas y creo que en muchas ocasiones no he logrado transmitirlas con la urgencia necesaria.
Leo y escucho opiniones encontradas, muchos aliados y detractores, mujeres y hombres por igual ejerciendo su derecho a expresarse. Me he encontrado con quien tiene la intención de mantener un dialogo abierto y quienes mantienen soliloquios y monólogos en donde no eres más que un espectador necesario. Me han preguntado mi opinión y si apoyo al movimiento, y por esta ocasión, quisiera compartirles lo que pienso, pero antes de hacer cualquier declaración impertinente, también quisiera que todos conocieran un poco de lo (poco) que sé del movimiento.
Parto por aclarar, que considero al feminismo como un conjunto heterogéneo de movimientos, diferentes entre sí por sus implicaciones políticas, sociales y económicas, con manifestaciones filosóficas, antropológicas, sociológicas y literarias diversas, pero con un objetivo en común: la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. La historia del feminismo no es reciente, ni es lineal. Casi considero que ha existido siempre, pero el movimiento no ha sido perpetuo en tu teoría ni en su práctica. 
Según entiendo hay dos vertientes históricas a considerar cuando se habla de feminismo a nivel mundial. Aquella que lo divide en premoderno, primera, segunda y tercera fase (por lo general, desde un punto de vista europeo) y otra que lo divide en primera, segunda, tercera y cuarta ola (por lo general, desde un punto de vista estadounidense).
El feminismo premoderno, se caracteriza por manifestaciones individuales y anecdóticas donde se hace un memorial o enumeración de agravios que condenan el discurso imperante tanto religioso como civil que identifica humano = hombre, causando una dicotomía tacita en la que la mujer se rige por una segunda ley, razón y moral. Surge, por ejemplo, el preciosismo. Por primera vez, las mujeres se convierten en protagonistas de la política y sociedad dentro de los salones franceses de la época en el siglo XVII.
Tiempo después, surge la hija bastarda de la ilustración y el racionalismo: la primera fase feminista. En ella, el individualismo del protofeminismo se pierde. Lo que antes fue la denuncia individual se convierte en exigencia colectiva. A la par de la revolución francesa y la “Declaración de los Derechos del Hombres y el Ciudadano” surge la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” y la “Vindicación de los derechos de la mujer”.
La segunda fase se equipará a una primera ola estadounidense: surge el movimiento sufragista, contemporáneo del movimiento abolicionista y obrero. La mujer y el hombre trabajan, en ocasiones de la mano, para eliminar la esclavitud, buscar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y el sindicalismo. Es entre estos hitos históricos que surge la Convención de Seneca Falls, el discurso “Ain’t I a woman?” y la comunidad religiosa de los “cuáqueros” quienes consideraban que las mujeres debían también participar en el ministerio religioso. Es decir, la segunda fase y primera ola feminista se enfoca en la reivindicación legal: sufragio femenino, derecho a la propiedad y la emancipación de la mujer.
Es también en esta primera ola que se adopta el nombre “feminismo”. La palabra fue utilizada originalmente para describir la feminización del cuerpo masculino en pacientes tuberculosos en 1673, para 1870 Alexandre Dumas, detractor de los movimientos sociales en pro de la igualdad de género, ridiculiza a sus congéneres aliados alegando que sufren un proceso de feminización similar al de los tuberculosos acuñando el termino feminismo o hombre-mujer. Finalmente, las sufragistas, particularmente Hubertine Auclert, son las primeras en adjudicarle una connotación positiva relacionándolo a la unión colectiva de las mujeres en defensa de sus derechos.
La segunda ola feminista convoca a la reivindicación del “malestar que no tiene nombre”, tras la segunda guerra mundial, las mujeres, que ya habían formado parte de la fuerza laboral, debían volver a encontrar en su papel de amas de casa un destino satisfactorio. Se plantea la construcción social femenina, “No se nace mujer: llega una a serlo.” Las controversias feministas se centran ahora en la posición social de la mujer. El derecho al trabajo abre la puerta a cuestionar sus derechos familiares, educativos, sexuales y reproductivos. Aparecen los permisos por maternidad, las guarderías, las píldoras anticonceptivas. La discriminación por genero en el lugar de trabajo se vuelve ilegal. Se prohíbe la violación conyugal, se legaliza el divorcio sin culpa, etc. 
En los 90s, aparece la tercera ola feminista. Se remonta al individualismo original del movimiento, cuestionando algunos de los logros obtenidos durante la segunda ola y señalando que no se habían considerado la “interseccionalidad”, término que intenta explicar la dinámica entre identidades coexistentes, por ejemplo: ser mujer y también ser de ascendencia afroamericana. El poder, autoridad y prestigio era masculino, el famoso “techo de cristal” en cualquier modelo jerárquico y organizacional toma visibilidad. El feminismo se fragmenta a innumerables grupos pequeños e informales que promueven la auto concientización y la lucha individual. 
Algunos autores consideran el surgimiento de una cuarta ola feminista entre 2012 y 2013. Los medios de comunicación globalizados dan un nuevo rostro al movimiento. El feminismo denuncia la violencia contra las mujeres y reclama que se retome la agenda inconclusa de la segunda y tercera ola. Las mujeres toman el ejemplo de sus congéneres de la segunda fase y primera ola: se convoca a manifestaciones en las calles a nivel internacional. Se configura una nueva filosofía con la violencia como tema central: la violación, el acoso sexual, el maltrato, el feminicidio, la desigualdad económica y laboral, la brecha salarial, el techo de cristal, la pornografía, la prostitución… estos son los temas que encabezan la lista de prioridades de las mujeres en la actualidad. 
Pero como les dije en un principio, la historia del feminismo no es lineal. El progreso no fue fácil. En cada uno de estos periodos históricos distintos, el debate en torno al feminismo logro en más de una ocasión acaparar la política internacional, y como en todo momento determinista existen detractores constantes. 
Del preciosismo, hubo sátira social y obras misóginas literarias relacionadas como “Las mujeres sabias” o “Las preciosas ridículas”. De la primera fase feminista, el Código Napoleónico consagra la derrota femenina con la prohibición de la presencia femenina en cualquier actividad política y asamblea pública. La primera ola o segunda fase sufragista, para decepción de las mujeres, no solo se enfrentó a que la igualdad de raza no se extendió a la igualdad de género al abolirse la esclavitud, sino que enfrento detractoras incluso dentro de sus filas como la “Liga Nacional contra el sufragio de la mujer” en Inglaterra, presidida por Mary Humphry Ward. Los esfuerzos para el derecho al sufragio empezaron a dar frutos en 1918, sin embargo, pasarían más de 30 años (en México fue hasta 1953) para que los esfuerzos internacionales alcanzaran a casi todas las mujeres del mundo. Aún hoy existen países donde el sufragio no es universal. Incursionamos finalmente en la igualdad “de iure” o “de derecho”, es decir, llegamos al reconocimiento jurídico o legal de la igualdad, lo que motiva la aparición de nuevas corrientes feministas y con ellas, sus detractores. La segunda ola, cuya lucha se enfoca en la teoría del género, alegando que la diferencia entre hombres y mujeres es exclusivamente cultural, se enfrentó a detractores que criticaron el feminismo radical de los 60s por considerarlo antihombre, surge la acusación al movimiento feminista de ser “hembrista” e incurrir en actitudes y violencia contra el sexo masculino. La polémica y controversia en torno al movimiento se hace notar nuevamente durante la tercera y cuarta ola, desde lograr la sororidad entre mujeres que tienen formas muy diversas de entender sus luchas personales hasta el discurso que afirma que el feminismo contemporáneo es de lamento y victimismo, y que las académicas de genero están muy desconectadas de la realidad de millones de mujeres.
Ahora bien, cabe preguntarnos sí aquí en México el feminismo tuvo un comportamiento típico y homologo al internacional que describimos previamente. A mi consideración, no. En México, como en la gran mayoría de los países de Latinoamérica los movimientos feministas tardaron un poco más en permear a la política nacional. La cuna del feminismo mexicano fue Yucatán, aunque desde inicios del siglo XX hubo huelgas sufragistas en Veracruz y Cananea, fue en Yucatán donde se realizó el Primer Congreso Feminista en 1916. En los 20s se suma la lucha por los derechos reproductivos y la búsqueda del poder. Fue también en Mérida donde aparece la primera regidora de la ciudad en 1923. Sin embargo, no es hasta 1953 que se reconoce el derecho al voto universal y 1954 cuando se elige la primera diputada federal. En los 60s, se formó la Alianza Nacional de Mujeres, las mexicanas acompañaron la lucha de obreros y campesinos, la de los trabajadores insurrectos y el Movimiento Estudiantil Popular de 1968. Desde los 70s abrirían demandas por la despenalización del aborto y se iniciaría el análisis de la violencia hacia las mujeres. En la actualidad, la globalización visibiliza la lucha de las mujeres mexicanas, no equiparándola, pero si transportándola a un contexto internacional, sería difícil decir que la situación global es la misma que la de México, pero sus luchas son las mismas. 
Bajo este contexto y con estos antecedentes, ¿el paro #9M #UnDíaSinNosotras que papel juega en el movimiento? ¿está justificado? ¿cuál es objetivo? Hablemos del contexto de las mujeres en la actualidad.
Según el “Human Development Report 2019” en su apartado “Desigualdades de género más allá de los promedios: entre las normas sociales y los desequilibrios de poder.” las disparidades en materia de género siguen vigentes. Con demasiada frecuencia las mujeres y las niñas son discriminadas en salubridad, acceso a educación, su hogar y el mercado laboral.
Actualmente, las mujeres están más calificadas que nunca en la historia, las nuevas generaciones han prácticamente alcanzado la paridad en la inscripción en educación básica, sin embargo, la transición del sistema educativo al mundo laboral está marcado por una discontinuidad en la igualdad asociada al rol reproductivo de las mujeres. Este patrón, puede atribuirse a la distribución del empoderamiento individual y el poder social. Parece ser que el progreso del feminismo es más rápido cuando se persiguen capacidades básicas (salud y educación) pero se enfrentan al fenómeno “techo de cristal” cuando se pretende alcanzar equidad en retos de mayor responsabilidad, liderazgo social o político y en el mercado laboral.
Adicionalmente, existen sesgos generalizados en las normas sociales de género. Según los conteos presentados más de la mitad de las personas del mundo tienen un sesgo de alta intensidad contra la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y existe evidencia de un estancamiento o una reacción violenta a nivel mundial entre 2005-2014, donde la proporción de hombres y mujeres sin sesgo de normas sociales de género ha decrecido. Los índices multidimensionales de normas sociales de genero indican sesgos más intensos para formas mejoradas de participación o niveles más altos de empoderamiento femenino.
La concepción del desarrollo debe tener como objetivo ampliar las libertades y opciones de las mujeres. Considerando que las diferencias de género se manifiestan desde la primera infancia, e incluso antes del nacimiento, para cuando la mujer llega a una edad adulta, realiza más trabajo no remunerado que los hombres, lo que conlleva a una responsabilidad desproporcionada para las tareas domésticas, cuidado familiar y trabajo comunitario. En promedio, dedicando hasta 2.5 veces más tiempo a tareas no remuneradas que los hombres. La lucha para conciliar las responsabilidades laborales del trabajo como cuidadoras primarias y del trabajo remunerado puede llevar a las mujeres a una degradación o incluso a un fracaso ocupacional. Y, en términos generales, la objetivización de las mujeres como agentes en los hogares favorece una forma de desigualdad horizontal que puede conducir a violencia y al acoso.
Algunas de las mencionadas restricciones se vuelven invisibles ya que las estadísticas típicamente registran los logros o funciones, pero no el conjunto o las capacidades limitadas, ocultando los sesgos multidimensionales en las elecciones u opciones de las mujeres en el mundo. Por ejemplo, la doble presencia (familiar y laboral) suele acarrear sentimientos de culpa o arrepentimiento, sin mencionar, la existencia de una brecha salarial propia de la maternidad. 
“The Global Gender Gap Report 2020” mide el alcance de las brechas de género en 4 dimensiones clave: la participación económica, acceso educativo, acceso a la salud y el empoderamiento político, los hallazgos del informe ubican a México como uno de los 5 países más mejorados recientemente alcanzando la posición 25 de entre 153 países con un puntaje de 75.4% y una reducción de 3.4 puntos en general de la brecha de género. 
La mayor parte de dicho progreso se debe al gran aumento en el número de mujeres en puestos ministeriales alcanzando un 42.1% de participación femenina y logrando el cierre del 46.8% en la brecha de empoderamiento político. Sin embargo, la brecha de participación económica y oportunidad sigue vigente, ubicándonos en el puesto 124 de 153. Esto se debe a significativas desventajas salariales, infravaloración femenina en los centros de trabajo y la segunda participación laboral femenina más baja en la región de Latinoamérica (solo el 47% de las mujeres mexicanas participan en el mercado laboral), únicamente superada por Guatemala.
Por otro lado, “The Gender Inequality Index”, índice que forma parte del “Human Development Report” previamente mencionado, ubicaba a México en la posición 74° de un total de 162 países en 2018. Lo anterior en base al porcentaje de participación femenina en puestos parlamentarios, el acceso al menos a la educación secundaria, la tasa de mortalidad materna y de embarazos adolescentes, así como el porcentaje de mujeres en el mercado laboral.
En base a lo anterior, la evidencia sugiere que, los roles de genero tradicionales que atribuyen el cuidado familiar a las mujeres son particularmente pronunciados en México. De acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional sobre Discriminación de 2017 el 43% de las mujeres están de acuerdo en que “el hombre debe ser el principal proveedor del hogar” y 60% en que “lo más importante para una mujer es ser madre”. 
¿Qué ocurre con la violencia? Según la ONU entre 7 y 10 mujeres son asesinadas cada día en México. De 2013 a 2018, la sensación de inseguridad de las mujeres pasó de 74.7 a 82.1% de acuerdo con lo señalado por la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública. Los mismos datos, reflejan que las mujeres se sienten más inseguras que los hombres tanto en lugares públicos como privados. Las mujeres son las principales víctimas de delitos sexuales según el INEGI, y adicionalmente, la violencia contra las mujeres en México es ejercida por parejas, esposos, exnovios o exesposos, llegando a ser "severa" y "muy severa" hasta en 64% de los casos, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares.
Estos datos obedecen a la definición, tan polémica, de feminicidio. En México, para tipificar el delito de feminicidio se deben considerar 7 situaciones: 1) que existan signos de violencia sexual de cualquier tipo; 2) que existan lesiones o mutilaciones previas o posteriores a la privación de la vida o necrofilia; 3) antecedentes de cualquier tipo de violencia familiar, laboral o escolar en contra de la víctima; 4) que haya existido alguna relación sentimental, afectiva o de confianza entre el sujeto y la victima; 5) existencia de amenazas previas, acoso o lesiones; 6) que la víctima haya sido incomunicada o secuestrada previo el asesinato; 7) exposición o despojo del cuerpo de la víctima en un lugar público. 
En pocas palabras, el número de feminicidios y los índices de violencia van en aumento. ¿Es un problema exclusivamente femenino? No. Sin embargo, el origen de las agresiones a las mujeres es distinto al de los hombres. Las mujeres son agredidas no en función de su participación en organizaciones delictivas y consumo de drogas o de exposición a situaciones que buscan el despojo de bienes materiales o robos. Las mujeres son agredidas por la persistencia de una cultura de violación que acepta y promueve a la violencia como algo cotidiano e incluso prerrogativa del sexo masculino. 
Los agresores (por lo general, hombres) perpetúan los roles de genero tradicionales y la posición inferior de la mujer por medio de la dominación y objetivación femenina. Normalizan la violencia con chistes, conversaciones cotidianas, pornografía, sexismo y acoso. El dicotomismo sexual donde lo humano es equiparable al hombre y la mujer queda relegada a ser "el segundo sexo" nos obliga a adoptar roles de inferioridad, nos deshumaniza, nos objetiviza y nos vuelve vulnerables. Es cierto, no todos los hombres son violentos, como tampoco todas las mujeres son aliadas o sororas.  Lo que no hemos entendido es que esta lucha no es una competencia moral entre buenas y malas personas, ni la señalización de los hombres como culpables de una cultura machista. 
Este paro no es para agredir a los hombres en represalia al historial de agravios hacia las mujeres.  
Este es un intento, desesperado, de visibilizar por enésima vez la violencia a la que estamos sujetas y de la que somos víctimas. Es una súplica a nuestras congéneres de apoyo, de sororidad. Es un intento de construir un puente de conversación con las autoridades responsables de protegernos y de crear programas en contra de la violencia de genero. Este paro es un "ya basta". Es un "hasta aquí". Este paro es todo. Es el resumen de un movimiento que llega a nosotras ya desvirtuado, ridiculizado, molesto. Harto. 
El #9M #UnDíaSinNosotras es la conclusión de más de 1 siglo de reivindicaciones y luchas femeninas. Es el producto de infinidad de vertientes y movimientos en pro de la igualdad, la visualización de la perspectiva de genero en todas las esferas y a todos los niveles. El #9M es la recapitulación del historial de agravios del protofeminismo, es el grito por igualdad de las sufragistas, es la reivindicación del "malestar que no tiene nombre" y la cara de la interseccionalidad.
El #9M #UnDíaSinNosotras es la búsqueda, bien intencionada, de todas las mujeres de guardar silencio para que las 10 mujeres que nos hacen falta diario alcen la voz.

lunes, 7 de marzo de 2016

Médico Pasante de Servicio Social.

 Al día de hoy, han pasado 220 días desde que iniciamos el servicio social y dudo que haya habido un periodo de tiempo en mi vida donde haya aprendido tanto en tan corto tiempo. A pesar que desde un principio no todo estaba saliendo como quería, estoy orgullosa de todo lo que he logrado desde entonces, incluso, he llegado a sentir tranquilidad.
Finalmente, después de 220 días, he aceptado que no conocer el rumbo que llevara tu vida y la del resto, es algo natural. Me alegra, que por fin decidí soltar la caprichosa idea de que las cosas son como sueñas que son, como las has construido en tu mente, como te han dicho que deben ser. Aplaudo, que me doy la oportunidad de confiar, de moverme, de aceptar que todo lo que va a ser, en potencia, ya es. Me gusta ver como analizo cada situación, como la desmenuzo para entenderla, aprender y seguir.
Este año me siento diferente, mucho más analítica. Mucho más segura y consiente de mi misma y de las consecuencias de mis acciones. Me alegra ver que soy capaz de hacerme cargo de mí, que he decidido quitarle la responsabilidad a cualquiera de mis decisiones, de mis días buenos y malos, de mi vida.
En 220 días he descubierto que me gusta la gente. La gente que va por la vida con la convicción de que esta aquí, exclusivamente para ser feliz y por eso, se las arreglan para serlo. Me gusta la gente con la mente amplia y libre, que entiende que todos pensamos diferente. Que no juzga, señala, subestima o confronta sin necesidad.
Me gusta la gente que quiere más, mas vida, mas experiencias, mas amor, más tiempo. La gente que se divierte, me gusta la gente que inyecta energía. La gente que no le duele aplaudir aciertos y virtudes de otros. La gente que siempre tiene una palabra de aliento.
Me gusta la gente positiva, que te hace ver el lado bonito de la vida. Que brilla, que no se queja. Me gusta la gente que escucha, que deja de lado su vida para entender y descubrir y hacer lo necesario. Me gusta la gente que no se complica, que busca soluciones, que avanza rápido.
Me gusta la gente libre, leal a sí misma, llena de amor para otros. Gente que vibra y hace vibrar, que es cálida, me gusta la gente agradecida. Gente que avanza y te exige avanzar. Me gusta la gente que no se queda tirada lamentándose, sino que baila sus derrotas y sonríe con gracia y sin miedo. Me gusta la gente. Incluso la gente que no es como esta gente que me gusta.
Debo aceptar que me gusta mucho, demasiado, estar en la posibilidad de ayudar a esa gente. Que en tan solo 220 días me he visto obligada a replantearme a mí misma y a mis capacidades numerosas veces, que he cuestionado mis límites y he tratado de dar más de lo que alguna vez imagine que podría.
Creo que antes de esto no había entendido nada. No había entendido verdaderamente las implicaciones de mi carrera. No tenía idea de la gran diferencia que implica tener la disposición de escuchar a tu paciente. No entendía a la gente, no conocía de viva voz o imagen sus necesidades, no sabía, o no quería saber, de sus carencias.
Me parecían ridículas y exageradas las actitudes que tomaban respecto a las limitaciones de infraestructura e insumos de la casa de salud. No podía imaginarme los motivos por los cuales una persona no iniciaría control prenatal, no acudiría a sus citas de adulto mayor, abandonaría un tratamiento. Lo más fácil era señalar al paciente o a la carencia de insumos o infraestructura por la falla de un tratamiento. Y hoy puedo decir que las tres partes implicadas (medico, paciente y servicio de seguridad social) pueden ser tan culpables como el resto.
He entendido que la relación que llevo con mis pacientes es básica para el éxito de sus tratamientos. Que soy yo la que debe despertar en ellos esas actitudes que me gustan de la gente, que en la medida que yo les dé una palabra de aliento, ellos estarán dispuestos a escuchar, entender y hacer lo necesario para corregir sus situaciones individuales. Que en la medida que yo no juzgue, señale, subestime o confronte, ellos sabrán ser agradecidos y cálidos conmigo.
Después de 220 días transcurridos, concluyo que, si los médicos fuéramos un poquito más "gente", tal vez la relación médico-paciente no estaría tan devaluada como lo está en la actualidad. Como dicen por allí: el que es buen juez, por su casa empieza. Yo solo espero ya haber empezado.  

#9M #UnDíaSinNosotras

Desde hace algunos días he tenido conversaciones con varias personas respecto al #8M y #9M #UnDíaSinNosotras. He sido testigo tanta de apoyo...