Al día de hoy, han pasado 220
días desde que iniciamos el servicio social y dudo que haya habido un periodo
de tiempo en mi vida donde haya aprendido tanto en tan corto tiempo. A pesar
que desde un principio no todo estaba saliendo como quería, estoy orgullosa de
todo lo que he logrado desde entonces, incluso, he llegado a sentir
tranquilidad.
Finalmente,
después de 220 días, he aceptado que no conocer el rumbo que llevara tu vida y
la del resto, es algo natural. Me alegra, que por fin decidí soltar la
caprichosa idea de que las cosas son como sueñas que son, como las has
construido en tu mente, como te han dicho que deben ser. Aplaudo, que me doy la
oportunidad de confiar, de moverme, de aceptar que todo lo que va a ser, en potencia,
ya es. Me gusta ver como analizo cada situación, como la desmenuzo para
entenderla, aprender y seguir.
Este año me
siento diferente, mucho más analítica. Mucho más segura y consiente de mi misma
y de las consecuencias de mis acciones. Me alegra ver que soy capaz de hacerme
cargo de mí, que he decidido quitarle la responsabilidad a cualquiera de mis
decisiones, de mis días buenos y malos, de mi vida.
En 220 días he
descubierto que me gusta la gente. La gente que va por la vida con la
convicción de que esta aquí, exclusivamente para ser feliz y por eso, se las
arreglan para serlo. Me gusta la gente con la mente amplia y libre, que
entiende que todos pensamos diferente. Que no juzga, señala, subestima o
confronta sin necesidad.
Me gusta la
gente que quiere más, mas vida, mas experiencias, mas amor, más tiempo. La
gente que se divierte, me gusta la gente que inyecta energía. La gente que no
le duele aplaudir aciertos y virtudes de otros. La gente que siempre tiene una
palabra de aliento.
Me gusta la gente
positiva, que te hace ver el lado bonito de la vida. Que brilla, que no se
queja. Me gusta la gente que escucha, que deja de lado su vida para entender y
descubrir y hacer lo necesario. Me gusta la gente que no se complica, que busca
soluciones, que avanza rápido.
Me gusta la
gente libre, leal a sí misma, llena de amor para otros. Gente que vibra y hace
vibrar, que es cálida, me gusta la gente agradecida. Gente que avanza y te
exige avanzar. Me gusta la gente que no se queda tirada lamentándose, sino que baila
sus derrotas y sonríe con gracia y sin miedo. Me gusta la gente. Incluso la
gente que no es como esta gente que me gusta.
Debo aceptar que
me gusta mucho, demasiado, estar en la posibilidad de ayudar a esa gente. Que
en tan solo 220 días me he visto obligada a replantearme a mí misma y a mis
capacidades numerosas veces, que he cuestionado mis límites y he tratado de dar
más de lo que alguna vez imagine que podría.
Creo que antes
de esto no había entendido nada. No había entendido verdaderamente las implicaciones
de mi carrera. No tenía idea de la gran diferencia que implica tener la
disposición de escuchar a tu paciente. No entendía a la gente, no conocía de
viva voz o imagen sus necesidades, no sabía, o no quería saber, de sus carencias.
Me parecían
ridículas y exageradas las actitudes que tomaban respecto a las limitaciones de
infraestructura e insumos de la casa de salud. No podía imaginarme los motivos
por los cuales una persona no iniciaría control prenatal, no acudiría a sus
citas de adulto mayor, abandonaría un tratamiento. Lo más fácil era señalar al
paciente o a la carencia de insumos o infraestructura por la falla de un
tratamiento. Y hoy puedo decir que las tres partes implicadas (medico, paciente
y servicio de seguridad social) pueden ser tan culpables como el resto.
He entendido que
la relación que llevo con mis pacientes es básica para el éxito de sus
tratamientos. Que soy yo la que debe despertar en ellos esas actitudes que me
gustan de la gente, que en la medida que yo les dé una palabra de aliento,
ellos estarán dispuestos a escuchar, entender y hacer lo necesario para
corregir sus situaciones individuales. Que en la medida que yo no juzgue,
señale, subestime o confronte, ellos sabrán ser agradecidos y cálidos conmigo.
Después de 220
días transcurridos, concluyo que, si los médicos fuéramos un poquito más
"gente", tal vez la relación médico-paciente no estaría tan devaluada
como lo está en la actualidad. Como dicen por allí: el que es buen juez, por su
casa empieza. Yo solo espero ya haber empezado.